La escuela es un espacio de formación donde las infancias aprenden a desarrollar herramientas valiosas para el futuro. A lo largo de la historia de la educación institucionalizada, el consenso ha identificado ese valor en materias como las matemáticas, la lengua y las ciencias naturales; pero en los últimos años, muchos profesionales de la educación y de la salud han respaldado el valor de atender otras competencias en la etapa formativa, como la gratitud.
Agradecer es un acto que atrae muchos beneficios a nuestro ánimo y salud, pero suele pasarse por alto en el barullo de nuestros días. Enseñar a las niñas y niños a practicar la gratitud desde edades tempranas es proporcionarles un método saludable para enfrentarse a la adultez y construir vidas felices y estables.
La gratitud es reconocer en agradecimiento lo que uno recibe, ya sea tangible o intangible. Nos permite distinguir la bondad en nuestra vida y entender que su fuente muchas veces se encuentra fuera de nosotros mismos. De esta manera, agradecer nos acerca al mundo que nos rodea y ayuda a conectar con las demás personas que lo habitan.
Sin embargo, ser agradecido no sólo es sinónimo de tener buenos modales, sino que más bien es un hábito con el poder de transformar nuestra percepción del mundo. Nos ayuda a construir relaciones sólidas, a contrarrestar emociones negativas, a la promoción de la calidad de vida y fomento de la responsabilidad, ética y tolerancia.
Muchos estudios psicológicos han demostrado el fuerte vínculo que existe entre practicar la gratitud y sentir felicidad.
Cultivar el agradecimiento desde una temprana edad impacta positivamente la vida de las personas. Familiarizar a los alumnos con el concepto de gratitud les permite identificar motivos para agradecer en sus vidas y habituarse a la práctica de expresarlo cotidianamente.
Aprendemos a agradecer así como a sumar o a escribir, y es un aspecto igualmente importante del desarrollo personal. Está comprobado que cultivar el agradecimiento ayuda a sentir emociones más positivas, disfrutar de las buenas experiencias, mejorar la salud, afrontar la adversidad y construir relaciones sólidas.
Además, un ambiente de gratitud genera un contexto adecuado y propicio para sostener procesos de enseñanza y aprendizaje exitosos. Las escuelas que establecen espacios para agradecer han experimentado mejor respuesta de los alumnos y mayor plenitud en el entorno académico.
Por otro lado, enseñar la gratitud como una práctica cotidiana en el aula también beneficia la vida personal de los estudiantes a largo plazo.
El hábito de agradecer está directamente relacionado con el bienestar emocional, pues motiva sentimientos de satisfacción y autoestima en las personas. Es un excelente mecanismo para enfrentar síntomas de ansiedad y ahuyentar la depresión.
Pero la gratitud también se asocia con una baja presión sanguínea, que reduce el riesgo de enfermedades cardiacas. Esto ocurre porque agradecer tranquiliza el sistema nervioso, provocando sentimientos de relajación que alivian el estrés. Por eso, ser agradecido incluso ayuda a dormir mejor.
Ciertamente, la gratitud no es un rasgo natural de la raza humana, sino un hábito que se construye sobre la práctica dedicada y constante. Ser agradecido es un compromiso que debe mantenerse diariamente; especialmente para lograr obtener todos los beneficios que ofrece.
Complementar el aporte académico con el estímulo de habilidades interpersonales e intrapersonales logra un aprendizaje completo; en Justo Sierra implementamos actividades que incorporan la gratitud en el día a día de los alumnos a través de diversas expresiones de agradecimiento, como:
Fomentar la gratitud en el ambiente académico fortalece el vínculo dentro de la comunidad escolar porque nutre las relaciones entre los estudiantes y sus profesores. Incorporar expresiones de agradecimiento como estas dentro de las actividades de los alumnos, hacen de Justo Sierra un espacio seguro y favorable para su crecimiento.